sábado, 27 de diciembre de 2014

A TRAVÉS DE LA VENTANA

Emilio es un buen hombre. Todas las mañanas mira por la ventana de su habitación hacia la calle apreciando en la misma imagen de la ciudad tan solo sus recuerdos de juventud. Nadie interrumpe esos momentos donde concentrado en nada observa todo. Sus ojos viejos derraman lágrimas secas que no se dejan ver como si su tristeza fuera muda y la alegría un anhelo. Nadie lo mira pero él mira todo lo que pasa. Cuántos autos  invaden la avenida, cuántas gentes transitan por las calles. Cuántas palomas vuelan de cornisa en cornisa y cuántas tantas veces se abren las puertas de las casas del barrio. Sentado en una mecedora que no ofrece su delicado vaivén porque los años también afectaron su madera, tan sólo admira el paso de las nubes. La brisa que a veces golpea su rostro es lo único que lo anima a sonreír y ante el viento cierra los ojos como aprovechando aspirar el aire que sus pulmones le reclaman para seguir viviendo.

Dante acaba de vender la última pintura que tenía disponible. Las vende todos los domingos en el parque cerca de su casa donde se organiza una feria comercial. Los cuadros son sencillos pero hermosos: paisajes, mares, animales, bodegones; todos con mensajes muy puros, mensajes que transmiten calma y paz. Como si el pintor se hubiera esmerado en, precisamente, conseguir que la gente desaparezca por un ratito y se sumerja en sus colores. Pero Dante tiene como personalidad todo lo contrario de las pinturas que vende. Lo hace por obligación, por rutina y para comer. Por eso, ahora que ha vendido una última pintura, recoge sus cosas y se marcha de la feria. Está molesto consigo porque pasa mucho tiempo aguardando vender los cuadros y es que simplemente espera que pregunten por ellos para explicar torpemente su función y lograr deshacerse de la mercadería que tiene encargada. Con el dinero ganado Dante compra las cosas de la casa: alimento, útiles de aseo, medicinas. Se preocupa en gastar lo mínimo y con lo que “ahorra” compra licor. Al final del día sube a la azotea de su casa con la botella de licor que logra comprar. La calidad de la bebida no es la mejor pero para una persona alcohólica eso no tiene mayor importancia. Sentado sobre dos ladrillos y apoyando la espalda a la pared, bebe el licor directamente del pico de la botella y siente la satisfacción que le procura el alcohol que ingresa a su cuerpo como si se tratase de un hombre abandonado en medio del desierto frente a un refrescante vaso de agua pura. El seco sabor de la bebida lo embriaga pronto, lo aturde, lo anula. Por eso sube a la azotea, porque no quiere que nadie lo vea, porque la excitación es tan propia como sus decisiones. Porque en soledad y borracho él es feliz. Y comparte esa felicidad con la ciudad que aprecia desde arriba, desde esa desolada azotea ubicada precisamente sobre la habitación del viejo Emilio. Ambos aprecian el mismo paisaje de cemento. Ambos derraman las lágrimas que quieren y ambos también, inconscientemente y sin sentirlo, sonríen diariamente cuando el día termina pese, incluso, a que a veces ni siquiera hay motivos. 

A la mañana siguiente Emilio despierta. Una enfermera lo ayuda a tomar asiento en su cama y le entrega una taza. - Don Emilio, tome toda la manzanilla -, le dice con cariño. Él sorbe con cuidado, como remojando los labios únicamente y así varias veces. La enfermera le alcanza ahora un par de pastillas dentro de un recipiente pequeño. - ¿Quiere que lo ayude, Don Emilio? -, dice ella. El viejo hace un gesto de rechazo con notoria lentitud y protege sus pastillas como si se tratara de un tesoro invaluable. No dice nada y con la misma parsimonia generada por el paso de los años, lleva a su boca las pastillas y con un último trago de manzanilla las logra pasar. La mirada atenta de la enfermera parece calmarse cuando Emilio le devuelve la taza. Ahora ella lo ayuda a cambiarse, lo asea con peculiar cariño y finalmente lo deja sentado nuevamente en la mecedora frente a su ventana preferida.

Bajo la niebla de la mañana el cuerpo de Dante se cobija bajo cartones. A su lado yacen dos botellas de licor barato vacías. El sonido del amanecer de la ciudad lo despierta y ese acostumbrado dolor de cabeza ya pasa inadvertido. Agrupa las botellas vacías con el montón de otras más que tiene guardadas en un rincón. Pone a buen recaudo los cartones que le sirven como ropa de cama y baja al cuarto donde vive con su hermana menor. Ella ya se fue al colegio temprano. Dante se prepara para un nuevo día, debe ir a buscar pinturas nuevas y por lo general son dos las que en la semana logra conseguir para la feria del fin de semana. Mientras tanto consigue dinero vendiendo las botellas vacías que protege en la azotea pero son las pinturas lo que mayores ingresos le genera. Sale a la calle para recibir el aire de la mañana luego de lavarse la cara con agua fría, es su mejor remedio luego de una noche de alcohol y cháchara con la nada.
En la panadería de la esquina pide que le vendan pan y leche pero el dinero que lleva solo alcanza para tres panes. Comienza a gritar y como en otras ocasiones es retirado de la panadería a empujones. Ya saben que siempre reacciona de esa manera. Pareciera que dentro de la rutina de clientes de la panadería siempre esperan la llegada de Dante ya no con miedo sino con, simplemente, disposición para retirarlo como se ha hecho habitual.

Ya ha pasado la hora del almuerzo y Emilio continúa con la mirada atenta a la calle. La vejez se ha llevado sus palabras y los años sus recuerdos. La enfermera lo visita nuevamente y le dice que es hora de ir a la sala de televisión. -Ya sabe que no debe estar todo el día en su habitación-, le dice con cuidado mientras lo traslada a una silla de ruedas. Emilio se deja llevar, finalmente mayores opciones no tiene. - Además en la sala están sus amigos y quieren saber de usted como siempre, no los puede desairar, todos lo esperan-, le dice mientras lo conduce al pasillo fuera de su cuarto. 

Dante hace de su día una aventura distinta cada vez. Aún con algo de dinero no destinado a un desayuno sino a su bebida diaria (sus ahorros de emergencia como él lo llama) va a la tienda y compra una nueva botella de licor. Curiosamente no toma de día, siempre encuentra su deleite cuando la noche va apareciendo y visita la azotea, pero la ansiedad lo obliga a proveerse desde temprano. Luego de eso en el mercado del barrio, aprovecha en ayudar como estibador y así hacerse de más centavos que abulten sus bolsillos. Pese a su vicio piensa en su hermana a quien debe mantener por lo menos alimentada. Siempre se dijo que ella sería mejor que él y como iban las cosas ya lo había conseguido.

En la sala todos rodean a Emilio. Lo ven simplemente. No hay preguntas porque de él no hay respuestas. No hay miradas porque él no los mira: él aprecia y todo lo que aprecia lo hace a través de su ventana en su habitación. Los demás ancianos del lugar agradecen que Emilio forme parte de ellos mientras que a él no se le nota ni amargado ni interesado, simplemente ocupa su espacio y hace lo mismo que todas las tardes con la pasión que siempre lo mantuvo vivo. Sabe que lo observan con profunda atención pero no siente gratitud por eso, sencillamente se abandona en su pasatiempo. 

Y así transcurren las vidas paralelas de Emilio y Dante, las puntas de la vida con distintos destinos. Dos miradas que apuntan hacia un mismo lugar buscando quizá nuevas respuestas o simplemente historias inventadas. Por un lado la experiencia que enfrenta ahora el paso del tiempo y por otro el caos que no sabe qué enfrentar porque la batalla es contra sí mismo.

Es viernes por la mañana y como siempre Dante se despierta en la azotea desde donde domina lo que ve sin ordenar su propia vida. Levanta la botella que tiene en sus manos y aún conserva un último sorbo del elixir que tanto necesita y brinda por la falsa alegría que siente tan embriagada como él. Toma un sorbo más y se despega de su asiento de ladrillos. Baja a su cuarto, ve hacia la cama de su hermana que como siempre está vacía porque ya salió al colegio. Se dirige al baño y se lava la cara con abundante agua. Como si se tratase de un milagro, el agua fría lo recupera pronto. Se cambia la ropa y sale a la calle.

Emilio acaba de terminar su manzanilla y las pastillas. La enfermera acomoda la mecedora delante de la ventana y lo ayuda a acomodarse lentamente. Ella sale un momento de la habitación y regresa con un paquete. A diferencia de los demás días los viernes ella tiene la misión de entregarle un paquete al viejo. - Lo abriré como siempre, Don Emilio, vamos a ver con qué me sorprende el día de hoy -. Emilio mantiene la mirada por la ventana apuntando sus ojos hacia todo lo que pueda abarcar. - ¡Están bellísimas! -, dice la enfermera, - nunca dejé de hacer esto por la tardes, las dejaré sobre su cama -. Emilio no se inmuta.

Al poco rato un muchacho ingresa a la habitación de Emilio. Se acerca hacia donde él está y ambos ven por un momento la misma ciudad por la ventana. La ciudad que a diario contemplan los dos. Dante lo besa en la frente con especial ternura y por fin las lágrimas secas de Emilio se materializan sobre sus mejillas pero no dice nada. Ninguno de los dos dice nada. Dante busca la mirada del hombre que tiene en frente de sí pero no la encuentra, aun así lo abraza y comparte por un momento la sensación de amar, de querer a alguien, de ser de alguien, de no estar solo. Luego se dirige a la cama y coge las dos pinturas que deberá llevarse a la feria del domingo para vender, están recién enmarcadas. Se las queda mirando y admirando el gran talento del anciano frente al lienzo. Mira nuevamente al viejo pero no hay nada que decir, y se dirige a la puerta.

- Adiós abuelo -, le dice. Y se va.

Emilio, como siempre desde su ventana, ve marcharse a su nieto por la acera de enfrente deseando que venda con facilidad sus pinturas e implorando luego no verlo entrar a la tienda a comprar la maldita botella de licor.


Lima, diciembre de 2014.



viernes, 3 de enero de 2014

LA FOTO DEL BESO

En su habitación y bajo la luz de la luna llena que ingresa por su ventana, el buen Iván mira las fotos en las que sale acompañado de su amiga de siempre: Brenda. Ellos fueron inseparables desde niños. Iván vivía a pocas casas de la de Brenda y siempre se saludaban cuando se veían pasar. Han pasado muchos años, ahora ambos son adultos y cada uno ha hecho su vida tomando el camino que les corresponde.

Al ver las fotos Iván no deja de pensar en Brenda, en la cantidad de vivencias que tienen juntos; juegos, conversaciones, discusiones, borracheras, etc. Son los amigos de siempre.

Iván sabe y reconoce todo el cariño que Brenda siente por él, son esos típicos amigos que llegan a llamarse hermanos por la cantidad de similitudes y cosas en común que comparten. Así lo recuerda y siente mientras contempla las fotos que desde siempre guarda en el cajón de su mesa de noche. Las ha esparcido todas encima de su cama, las mira y vuelve a mirar como si la nostalgia se lo obligara. Frente a cada imagen esboza sonrisas sinceras y frente a otras suspira pensando en ella y en lo mucho que la extraña. Una de ellas le recuerda la vez que Brenda salió de viaje por mucho tiempo porque su padre fue destacado a provincia por temas de trabajo. Ella fue a buscarlo a su casa y le dijo que esa tarde saldría de viaje por lo menos por dos años por un asunto de su papá; a él la noticia no le agradó mucho. Tenían dieciocho años aproximadamente y ambos sentían que sus mundos terminaban porque no sabían cómo asumir la separación.  La foto fue tomada por Lucas, el hermano mayor de Iván, en el preciso instante en que ella, antes de irse, le regalaba un beso en los labios para luego salir corriendo al carro de su papá. Iván logró hacerse de la foto luego de negociar con su hermano una serie de favores y condiciones a costa de que dicha foto nunca fuera mostrada en público. Iván atesora esa foto hasta el día de hoy; es la que guarda con mayor recelo y mantiene con esmerado cuidado. Es la foto que le recuerda esa amistad infinita y especial.

Iván mantiene esa foto en su mano, no puede dejar de mirarla y admirarla. Un nudo en su garganta lo confunde, lo aturde, lo perturba.  Fue el único beso que recibió de Brenda y fue de una manera rápida que para ella significó una despedida y para él la bienvenida del amor. Desde entonces Iván se dio cuenta que se había enamorado de Brenda y contemplando la foto quince años después sabe que continúa enamorado de ella, sabe que nunca se lo dijo y que tampoco se lo va a decir. Sabe que ella es dueña diaria de sus pensamientos y sus sueños. Sabe que la ama y que el amor no es correspondido. Sabe que el único beso que sus labios conocen es que él recibió de ella hace mucho tiempo atrás y la foto no hace más que propiciar una tristeza que amilana cualquier felicidad que pueda recobrar recordándola.

Iván nunca ha podido sacar de su mente a Brenda, él quisiera que todo fuera más sencillo. Quiere enamorarse de otra mujer pero no encuentra la forma de que eso suceda, simplemente, como esta noche en particular, cuando se siente perdido, lo único que hace es recurrir a las fotografías, verlas y quedarse petrificado frente a la foto del beso que lo esclaviza en la tranquilidad de su habitación.

Una llamada telefónica lo aleja de pronto del letargo. Contesta y al otro lado del auricular escucha una voz femenina que le habla nerviosa pero con ternura. -Vas a ir, ¿no?-, le pregunta. Es Brenda. Iván reacciona como si a través del teléfono ella pudiera verlo y torpemente reúne las fotos y las arroja violentamente en el cajón. Se levanta y se dirige a su ventana para tomar una bocanada de aire frío y poder responder con la mayor tranquilidad. -Por supuesto que sí-, le dice él con aplomo y seguridad fingidos, -no me lo pierdo por nada-. Ella le agradece la sinceridad y él añade, -no todos los días se casa mi mejor amiga, ¿cierto?-; -Gracias Iván-, responde ella y cuelga el teléfono.

Iván no tiene tiempo de corresponder el agradecimiento de Brenda, ella ya ha colgado. Iván deja caer el celular que tiene en su mano derecha y abre su mano izquierda, poco a poco empieza a estirar la foto del famoso beso que arrugó con toda su fuerza durante la corta conversación que tuvo con Brenda.

A lado de su espejo de una percha cuelga el elegante traje que esta noche estrenará en la boda de su mejor amiga. Lo compró hace poco, entre lágrimas y una pena indescriptible eligió el mejor traje. Al probárselo, se imagina a ella a su lado caminando hacia el altar. Sacudía su cabeza para deshacerse de esos pensamientos.

Tras estirar la foto, la guardó nuevamente con las demás acomodándolas como siempre y se dirigió al baño. Bajo el agua fría de la ducha Iván trata de disipar de su mente todo pensamiento ajeno a la realidad. Brenda se casa esa misma noche, él debe estar presente pero no quiere. No se imagina cómo reaccionará su ímpetu durante la ceremonia y mucho menos al momento que el matrimonio se concrete. Le aturde la idea. Apoya sus manos frente a la pared y deja que por un momento prolongado las gotas de agua fría recorran su cuerpo tratando de buscar en cada una de ellas la ecuanimidad que necesita.

Minutos después y frente al espejo Iván acomoda su corbata y los puños de su camisa. Por último se coloca el saco, se ve y sonríe frente a la elegancia de su porte. Se perfuma. Coge la invitación del matrimonio y con delicadeza empieza a romperla en la mayor cantidad de pedazos de fino cartón que pueda conseguir, finalmente tira los papeles a la papelera que tiene cerca. Coge las llaves de su auto y sale de su habitación. Antes de salir de su departamento, se dirige a la cocina. Ve la hora en su reloj, reconoce que está retrasado pero de todas maneras saca una cerveza de la refrigeradora. Se sienta en el sofá de su sala y bebe la cerveza con especial placer, buscando en la amargura de su bebida el consuelo de lo que esa noche significará para el resto de su vida. Decide ir por otra cerveza y así luego por una tercera. Ya un poco acalorado por el brindis propio que acaba de compartirse sube nuevamente a su habitación, saca la foto del beso y la acerca a sus labios como si se tratara de los labios de Brenda. Besa la imagen con mucha pasión, la lleva a su pecho sintiendo el abrazo que siempre buscó en ella pero que nunca encontró. Dirige una mirada penetrante a la imagen mientras algunas lágrimas caen por sus mejillas. Finalmente guarda la foto en el bolsillo interno del saco y sale de su casa. En su auto y desafiando con impericia la ruta hacia la iglesia y bebiendo una cerveza más se dirige al matrimonio de su amiga, de su querida Brenda. De aquella chica a la que ama sin ser correspondido.

Antes de entrar termina de tomar una sexta lata de cerveza que tenía en el carro. Cuando ingresa se percata que la ceremonia del matrimonio ya ha empezado, se acomoda en una de las bancas finales del templo. Pocos han notado su presencia y él prefiere pasar desapercibido. Frente al altar Brenda y su novio, futuro esposo, escuchan los consejos que el sacerdote les indica acerca de la felicidad, del amor, de la vida en pareja, de los hijos, de la vida, de todo. Iván escucha y piensa que es mejor salir de ahí porque su cabeza está a punto de estallar. Las emociones se han juntado en su mente y la confusión lo intranquiliza a cada segundo. Sin embargo se mantiene sentado observando.

El sacerdote inicia el rito del matrimonio con la rutina de siempre. Hace leer el argumento a cada uno y sellan la alianza colocándose mutuamente el aro de matrimonio. El sacerdote con una sonrisa tierna encantado por el real amor que ve ante sí invita a la nueva pareja de esposos a demostrar el puro sentimiento por medio de un beso. Brenda delante de su esposo deja que él descubra su rostro levantando el velo de novia que lleva puesto. Las miradas de ambos son sumamente tiernas. El beso genera suspiros en los invitados mientras Iván siente como su interior se consume.

-Vamos a acompañar este momento con un fuerte aplauso para los flamantes esposos-, dice el sacerdote. Y el eco de las palmadas unísonas se esparce por cada rincón del templo. Iván contiene mucha ira dentro de sí al punto de no saber qué es lo que sucede consigo sin embargo acompaña los aplausos con peculiar energía.

Cuando los aplausos cesan y la calma de la algarabía intenta retornar, los invitados se distraen por el ruido repetido que llega desde la última banca del templo. Iván no ha dejado de aplaudir. Mantiene los golpes secos que las palmas de sus manos generan sin siquiera detenerse. Incrementa su potencia e impacienta a todos. Brenda se da cuenta que es Iván quien procura el desorden y la confusión y le sonríe nerviosa; agradecida por su presencia pero confundida por su actitud. Trata de buscarlo con la mirada pero él está esquivo. Iván continúa aplaudiendo con determinada fuerza y se pone de pie y a paso lento se dirige a los nuevos esposos. -¡Qué bonito!…  Felicidades, hoy se casa mi mejor amiga y ella no sabe que yo la amo más que a nadie en este maldito lugar, pero soy tan estúpido que nunca supe hacerlo notar ni tampoco decírselo… ahora ya todos lo saben, ¡amo a la mujer que me invitó a su matrimonio, he sido invitado a la boda de la mujer que amo!… ¿hay algo más miserable que eso en esta vida?- Las palabras de Iván hacen eco en el lugar, Brenda se ha quedado en una pieza sin saber qué hacer,  su esposo atina a abrazarla como protegiéndola del momento. Los gritos de Iván prosiguen. –Tuve toda la intención de venir temprano pero no pude, lo siento Brendita, preferí quedarme en casa recordando los buenos momentos que viví a tu lado y que solo puedo mantener en fotografías…-. Saca la foto y la levanta. –Miren todos, les muestro mi lamentable vida, adorando a la mujer que amo por medio de una fotografía que tomó mi hermano hace…-.

Un hombre mayor se acerca a Iván y lo coge fuertemente de los hombros, -¿Qué te pasa, Iván?- le pregunta con desconcierto, vergüenza y rigor. -¿Quieres arruinar el matrimonio de tu hermano?… Lucas no merece esto qué estás haciendo, hijo, ¿qué te sucede?- Lucas y Brenda se mantienen abrazados viendo la escena. Iván abraza a su padre y rompe en llanto desconsoladamente, -No lo soporto, papá. Yo amo a Brenda, la amo desde siempre y Lucas la arrebató de mis manos-.  El hombre abraza con firmeza a su hijo con intención de sacarlo de la iglesia pero él, aprovechando la fuerza de sus brazos, logra zafarse de su padre y sin pensar corre directamente hacia Lucas y Brenda. La furia y la embriaguez que lo dominan no lo dejan pensar. Los nuevos esposos no saben cómo reaccionar ante lo que sucede. Los invitados simplemente contemplan lo que pasa, no saben qué hacer. –Iván, ¡¡¡basta ya!!!-, grita su padre y el caos comienza a apoderarse del lugar.


En ese preciso momento las palomas que descansan tranquilas en las cornisas y ventanales de la torre de la iglesia de pronto huyen despavoridas y sin destino al oír el fuerte disparo que proviene del matrimonio que acaba de ser interrumpido.  


Lima, enero de 2014.

sábado, 2 de noviembre de 2013

LA HERMOSA ROSA ROJA DE APOLO

En casa de Marina todo es tranquilidad. Ella tiene diecisiete años, va al instituto, es responsable, sus padres son su ejemplo. Su mamá, por ejemplo, es ama de casa, abnegada. Dedicada al hogar desde que nació su hermano menor hace diez años cuando decidió dejar de trabajar. Ellas son las mejores amigas, madre e hija inseparables. Su padre es un admirado hombre de negocios, gerente de una prestigiosa cadena de tiendas por departamento en todo Lima y provincias. Pese a su recargada agenda semanal  se da tiempo para siempre estar con su familia sobre todo los fines de semana. Él quiere que su pequeño hijo de diez años siga sus pasos por eso se preocupa por mantener a la familia siempre unida. Sabe que lo más importante es brindar cariño a su esposa y a sus hijos y felizmente ha logrado conformar un gran vínculo en su hogar. Para Marina, su padre es su mentor y desde siempre, su héroe y su madre, la mejor compañera.

Dentro de un par de meses Marina cumplirá dieciocho años, sus amigas son cómplices de ayudar a organizar lo que será la mejor fiesta de cumpleaños, la fiesta esperada para la amiga perfecta. Tiene que ser increíble, le dicen todas sus amigas. Tú papá tiene que hacer el mejor tono de Lima. Mariana no cabe en sí y espera que las semanas pasen más rápido para que su fiesta llegue. Tiene todo prácticamente listo; el vestido, el motivo de la fiesta, las invitaciones, el local separado. Su mamá se ha encargado de organizar todo a la perfección y su padre observa y siente que su pequeña Marina está creciendo y la apoya en toda decisión que quiera tomar para su fiesta.  Sentía mucho orgullo al saber que su hija pronto sería mayor de edad.

Una tarde Marina llegó a su casa y Pilar, su madre, le dijo que su papá había llamado para avisar que vendría temprano a casa para almorzar con ellas y con Jano, su hermanito. Saúl siempre solía hacer eso, llegar temprano a casa algunas tardes para almorzar con su familia completa. Esa tarde, cuando Saúl llegó le dijo a Marina que tenía algo para ella como adelanto de su cumpleaños.  -Hija-, le dijo, -toma este pequeño presente, lo mereces. Lo mejor viene dentro de dos meses pero este regalo es para que puedas ampliar tus conocimientos, para que estés en contacto con tus amigas y porque te va a ser muy útil ahora que terminas el instituto e ingreses a la universidad-. Se trataba de una moderna laptop, de última generación, con todas las aplicaciones necesarias y programas completos para que sea perfecta. En casa había una computadora pero que todos compartían. Marina estaba feliz porque ahora tenía su propia computadora portátil. Un regalo que en la actualidad rompe todo tipo de esquemas y que cualquier adolescente quiere tener en sus manos. Ahora Marina tiene una laptop último modelo, con diseños agradables para una chica de su edad. Saúl había sabido elegirla perfectamente dentro de muchos modelos.


-Gracias papi, eres el mejor-, dijo ella y corrió a su cuarto. De inmediato sacó el aparato de la caja, no fue necesario que leyera el instructivo, apurada la conectó a la corriente, la encendió y en la parte superior de la pantalla la imagen de una batería le indicaba que debía esperar que termine de cargar. Inmediatamente cogió su celular y llamó a sus dos mejores amigas para contarles la hazaña que su padre acababa de perpetrar. Sus amigas, emocionadas por ella, inmediatamente se autoinvitaron a la casa de Marina.


Pasaron treinta minutos y las tres amigas estaban frente a la pantalla de la laptop analizando todas las opciones, maravillándose por las claras y nítidas imágenes distribuidas por todo el monitor. La conclusión del equipo era, como ellas decían al unísono: alucinante.


Se conectaron a internet, vieron videos en You Tube. Marina no podía creer que finalmente podría usar su Facebook desde su propia computadora en la comodidad de su cuarto. -¿Facebook?-, le dijo Jimena. -Ya no pasa nada con eso… ahora la moda es una nueva red social que ha salido que únicamente sirve para conocer personas en total anonimato. Tú no puedes conocer a la persona con la que conversas sino hasta una primera cita. Ese es el truco. Te registras con un alias y eliges al azar con quien quieras conversar y entablas amistad, la idea es que cuando hables con alguien que llame tu atención se pongan de acuerdo para conocerse, ¿no te parece recontra alucinante?-. A Mariana le pareció, más que alucinante, peligroso. Su padre siempre le había dicho que el uso de las redes sociales era un peligro latente y que debía tener mucho cuidado con eso. Incluso le había permitido tener Facebook siempre y cuando su madre fuera uno de sus contactos. Ella aceptó el trato con el típico recelo producto de tener a su mamá dentro de su grupo de amigos pero ni modo, era un trato.


Jimena siguió insistiendo en que ingresaran a la nueva red social para conocer personas. “Te registras usando solamente un alias y tu identidad es privada, conoces a alguien y te enteras de quién es la otra persona recién cuando la ves, la idea es que te inviten a salir” le había dicho. Pese a que le parecía peligroso por los consejos de su padre, la curiosidad hacía su trabajo en la mente de Marina y trataba de convencerla de que investigara la nueva red social. Por su parte Paola, la otra amiga, aprovechando la disyuntiva entre Jimena y Marina, ingresó a la página web de la famosa red social en discusión. -Ya está Mari-, le dijo; -ahora sólo hace falta que te registres. ¿Con qué nombre te vas a identificar?-. Marina cogió su laptop, cerró la tapa lo que permitía que el equipo se apagara de manera automática y se negó a continuar con lo que sus amigas tramaban. -No voy a hacerlo-, les dijo.  Olvidaron el tema rápido y se dedicaron a otras cosas hasta que se fueron.


Esa misma noche y antes de acostarse Marina coge su laptop. Por más que intenta no puede dejar de pensar en la insistencia de sus amigas de ingresar a la página que le recomendaron. Abre su laptop. La enciende. Coloca sus dedos sobre el teclado y lentamente empieza a escribir el nombre de la página web. La pantalla de pronto se torna completa de color amarillo. Como si viniera desde el fondo del monitor se acerca la imagen de dos corazones unidos hasta abarcar toda la pantalla. Marina mira con atención la presentación de la nueva red social que tiene ante sí. Los corazones se separan y dejan un saludo de bienvenida. Los dibujos de dos personas, hombre y mujer, tomados de la mano sonríen a Marina y le dicen que acaba de ingresar al mundo de las mejores relaciones de amistad y amor que el mundo del internet tiene preparado para ella. Inmediatamente aparecen dos opciones: Accede y Regístrate. Marina dirige la flecha a la primera opción pero el acceso está restringido, debe registrarse primero. Lleva entonces el cursor y presiona la opción para registrarse. La pantalla ahora le muestra cinco casilleros. En los dos primeros debe poner su nombre y apellidos, en letras pequeñas debajo del segundo casillero una nota indica que esa información es confidencial y que el único nombre que la identificará dentro de la red es el alias con que desee ser reconocida durante su permanencia en la página. El tercer casillero es para su fecha de nacimiento. El cuarto para que detalle su hobby o pasatiempo y el quinto para que ingrese su alias. Ella no lo piensa mucho y pone “MayordeEdad”. La pantalla le niega el acceso porque el registro es repetido. Piensa en otro sobrenombre y escribe “Princesa” pero pasa lo mismo. Intentó varias alternativas pero el resultado fue el mismo. Iba a cerrar la laptop pero se le vino a la mente una nueva palabra y lo intenta de nuevo: “LaciaBella” debido a su largo y lacio cabello que era lo que más atesoraba de su físico. Todas las mañanas dedicaba más de diez minutos en peinar su cabello. La página corroboró las coincidencias y al no hallar ninguna dio por aceptada la admisión de Marina bajo el alias LaciaBella.


Estaba prohibido subir fotos, el sistema no lo permitía porque el objetivo de la red era mantener el anonimato de manera que la única forma de conocerse entre quienes entablaran contacto y confianza fuera una cita a ciegas.


De pronto tocaron a su puerta, era Saúl. -Hija, duerme ya, mañana debes ir al instituto temprano. Apaga la computadora y descansa-. Ella le respondió a su papá con cariño y agradecimiento. Apagó la laptop y se acostó.


A la mañana siguiente en el instituto Marina les contó a Jimena y Paola que se había registrado en la red. Las tres cómplices ahora de risas nerviosas y emocionantes quedaron en entablar contacto por la tarde. Cuando Marina llegó a su casa, presurosa corrió a su cuarto, encendió la laptop y se conectó. “LaciaBella”, “VagadelMal” y “SinDestino”, es decir, Mariana, Jimena y Paola conversaban amenamente por la red sin evidenciar sus identidades.


De pronto en la parte inferior de la pantalla de la laptop de Marina apareció un recuadro en forma de sobre de correo. Marina lo activó con un clic y se desplegó una carta. En la parte superior de la carta aparecía el alias “Apolo” quien invitaba a “LaciaBella” a conocerse.  Ella, entusiasmada prosiguió la conversación:


-Hola-, puso Apolo.
-Hola-, respondió Marina.
-¿Eres una chica?-
-Sí-.
-¿Y eres nueva por aquí?-
-Sí-.
-Bienvenida entonces, yo soy Apolo y le doy siempre la bienvenida a la nuevitas como tú-.
-Gracias-.
-Y, ¿cuántos años tienes, LaciaBella?-

Marina se quedó pensando un momento. Llamó inmediatamente  a Jimena a su celular y le contó lo que estaba pasando.  -Todos hemos conversado al menos una vez con Apolo-, le dijo ella. -Dile que tienes como 25 años porque parece que es tío-. -Pero no lo conozco-, le dijo Marina. -Esa es la idea pues tarada, respóndele y me cuentas… síguele el juego-.

-Tengo 23, ¿y tú?-
-Yo tengo 27, ¿eres de acá, de Lima?
-No, soy de Arequipa, pero estoy acá en Lima de visita-. Mintió Marina.
-Caramba, una linda Arequipeña… me encantan las chicas de provincia, ¿sabes? Las de Lima son demasiado pitucas, jajajaja.
-Bueno, ya me tengo que ir. Chau-.
-Pero no te vayas tan rápido. Sigamos conversando-.
-No, me tengo que ir. Mañana hablamos-.

Y de inmediato se desconectó. No sabía por qué pero sentía que sus latidos iban en aumento.  Era la adrenalina, el peligro, la emoción.

En otro lado de la ciudad Apolo se cogía la cabeza mirando su computadora. La relación de personas con las que tenía contacto superaba los cincuenta nombres. En simultáneo mientras conversaba con “LaciaBella” lo hacía también con “Putita2000”, “Angelita”, “LágrimasdeCristal” y muchos sobrenombres más. Esa misma tarde conocería a una nueva chica de su largo listado. Dejó abierto el contacto con “LaciaBella” a quien consideraba su nueva conquista y se dispuso a alistarse para la cita de esa tarde. Conocería a “Intrépida” una chica que decía tener 20 años y a quien había logrado convencer de conocerse luego de una larga conversación de varias horas en las que ella le había contado acerca de su último desamor y él, aprovechando la situación, se mostró como el acompañante perfecto para consolarla. Apolo minimizó la pantalla que tenía enfrente y se dejaron ver muchas imágenes de adolescentes desnudas. Apolo era un tipo que, aprovechando su habilidad de persuasión, convencía a las chicas de encontrarse con él y si éstas eran jovencitas y de preferencia, menores de edad, las enamoraba, fotografiaba impúdicamente y luego las chantajeaba. Una vez que conseguía lo que quería simplemente las borraba de sus contactos y se concentraba en nuevos objetivos que llamaran su atención. Así pasó con “LaciaBella” a quien de inmediato consideró su próxima conquista.

Varios días después las conversaciones entre LaciaBella y Apolo se hicieron más frecuentes. Apolo había conseguido que Marina cruzara la línea de la confianza. Él sentía que ella estaba a punto de morder el anzuelo. Ella le había contado que dentro de poco iba a asistir a una fiesta sin especificar que se trataba de su propio cumpleaños porque le había dicho que tenía veintitrés años, y que luego de esa fiesta se regresaría a Arequipa. Apolo aprovechó el comentario:

-No te puedes ir sin antes conocernos.-
-¿Te refieres a vernos?-
- Claro, me encantaría poder darte un regalo antes de que te vayas. Te va a encantar-
-Pero igual vamos a mantener contacto por este medio.-
-Sí, pero saber que estarás más lejos ya hace que te extrañe. ¿Qué te parece si nos vemos este viernes? Así por lo menos sabré cómo eres. No seas malita, acepta mi invitación. Solo vernos.-

Marina se quedó pensando un momento. Recordó que sus amigas le habían dicho desde un inicio que lo divertido de la red era precisamente llegar a conocer a la persona con la que logra conversar.  A ella Apolo le había parecido amigable y sincero. Y claro, Apolo sabía demostrarse así precisamente para cumplir su cometido.  Marina lo pensó un momento y respondió.

-¿Y dónde nos podemos ver?
-¿Qué te parece si nos encontramos en el parque de Miraflores en la rotonda del centro? Puede ser mañana que es viernes-.
-Me da vergüenza que nos conozcamos-.
-No tienes de qué avergonzarte LaciaBella, sólo tomaremos un helado, pasearemos un rato. Nos conoceremos y listo, yo soy un conquistador de chicas bonitas y siento que tú eres una chica muy bonita. Luego nos despediremos y continuaremos conversando por acá las veces que queramos, ¿qué dices, aceptas?-.

A Marina las manos le sudaban y el corazón le palpitaba con una fuerza particular. Sentía una mezcla de emoción y miedo pero pudo más la emoción.

-De acuerdo Apolo, acepto. ¿Cómo te reconoceré?-.
-Muy fácil, yo llevaré una hermosa rosa roja en la mano que te regalaré para romper el hielo, sólo dime qué vas a llevar puesto tú. Así sabremos identificarnos de inmediato-. Apolo siempre usaba el argumento de la hermosa rosa roja, así se mostraba más romántico, pensaba.

Marina recordó rápidamente la ropa de su closet.

-Me voy a poner una blusa blanca y encima una chompa azul marino. Iré en jean-.

Apolo dibujó a LaciaBella en su mente en dos segundos. Primero desnuda y luego con la ropa que ella le había descrito. 

-Excelente LaciaBella, apuesto que te verás hermosa en jean. Nos vemos mañana entonces a las cinco de la tarde en el parque de Miraflores-.

En la noche Marina se notaba ansiosa a la hora de la cena. Saúl y Pilar la miraban con curiosidad. -¿Te pasa algo mi vida?-, le preguntó su padre. -Nada-, dijo ella. -Lo que pasa es que debemos presentar un trabajo en grupo el lunes en el instituto y mañana necesito quedarme en casa de Jimena después de las clases para poder avanzar; mamá, ¿me dejas ir por favor?- Pilar asintió y acarició la cabeza de su hija en señal de admiración por su dedicación. Su padre sonrió. La cena continuó con tranquilidad.

A la mañana siguiente, además de sus cuadernos, Marina acomodó en su mochila una blusa blanca, un jean y la chompa azul y salió para su instituto. Les contó todo a sus amigas eternas cómplices de sus acuerdos amicales. Por la tarde y para no levantar sospechas Jimena llamaría por teléfono a la mamá de Marina para decirle que su hija ya estaba en su casa y así no se preocupara.

Marina salió del instituto vestida para la cita que tendría esa tarde con Apolo. Su mochila se la llevó Jimena. Marina pasaría por ellas al término de su cita y se encontraría también con Paola para contarles todo lo vivido con el famoso Apolo.

Cerca de las cinco de la tarde Marina estaba en el punto de encuentro. Emocionada y nerviosa miraba para todos lados buscando a un chico que tuviera una hermosa rosa roja en la mano. Pensaba que lo primero que debía hacer era disculparse por no tener veintitrés sino solo diecisiete años, sin embargo, algo le hacía pensar que él la entendería.

Al otro lado del parque Apolo bajó de un taxi. Lleva consigo una hermosa rosa roja en la mano derecha. Está pulcramente vestido y perfumado. Debe dar una excelente impresión. Estaba acostumbrado a hacerlo siempre a la perfección dada la experiencia que tenía en sus sórdidas actividades.

Marina continuaba ansiosa mirando a todos lados. Apolo, por su parte y con una tranquilidad segura, apresuraba el paso hacia la rotonda.

Debido a la cantidad de gente que en ese momento paseaba por el parque a ambos les era difícil poder encontrarse. Apolo distinguió a LaciaBella, ella estaba  de espaldas a él pero la reconoció por la chompa azul que llevaba puesta y la blusa blanca que salía por debajo de la chompa. Corrió hacia ella con la intención de querer tapar sus ojos y realizar la típica pregunta ¿quién soy?... pero en ese preciso momento ella volteó.  En ese segundo Saúl no dio crédito a lo que vio cuando reconoció el rostro de su hija buscándolo.  Él sintió que el piso se hundía a sus pies mientras recordaba las conversaciones que había tenido con Marina por medio de su computadora bajo el apelativo de Apolo. Sentía que no podía dar ni un paso, que no podía reaccionar. Se había quedado petrificado sin terminar de ordenar sus ideas que de un momento a otro habían colapsado entre sí. Cuando Marina siguió buscando a Apolo y vio a su papá sintió un repentino escalofrío recorriendo su cuerpo seguido de un miedo penetrante al no saber cómo explicar qué hacía ahí. Nerviosa se acercó a él y de pronto su miedo fue cambiando. Sintió como si el filo de un puñal atravesara su alma y una fuerte presión se pesara sobre sus hombros. Repentinamente la atrapó una gran confusión que dio paso al pánico y luego al asco y a la repulsión al ver a Saúl, su padre, llevar en la mano derecha una hermosa rosa roja como Apolo se lo había prometido. 



Lima, noviembre de 2013.

sábado, 5 de octubre de 2013

EL PRECIO DEL HALCÓN

Luego de muchas horas de dormir profundamente Marcelo empieza a despertar, le cuesta mucho hacerlo. La clara luz de su habitación y el brillo del día que ingresa por su ventana le impiden abrir los ojos con tranquilidad. Lucha con el cansancio que siente en ese momento y con un extraño dolor que poco a poco empieza a recorrer su cuerpo. Fuerza la vista nuevamente pero la fatiga lo vence. Luego de unos minutos intenta nuevamente despertar. A medida que empieza a ver su entorno se confunde porque no sabe dónde está. Nuevamente un dolor se apodera de su cabeza y articulaciones y empieza a sentir temor. De pronto ve el rostro de su madre quien lo mira con ternura como si acabara de nacer. Ella se acerca y besa su mejilla, lleva sus manos hacia su cabeza y lo acaricia con delicadeza. Empieza a llorar y la confusión de Marcelo se incrementa. Con cuidado y sin levantarlo su madre lo abraza del cuello y llora con intensidad. -Gracias a Dios estás bien-, le dice. -¿Mamá?, ¡mamá!, ¿qué pasa?-, pregunta con dificultad y siente un extraño dolor en la garganta. Trata de sentarse en la cama pero al mínimo movimiento  ella lo detiene y le pide que se quede echado, que no se levante. Acaba de ser trasladado de la Unidad de Cuidados Intensivos a Cuidados Intermedios porque se está recuperando pero debe hacer el mínimo esfuerzo en levantarse. -Quédate echado, mi amor, no te levantes, tienes que recuperarte más para que puedas pasar a tu cuarto, no hagas mayor esfuerzo ahora-. Elena se da cuenta que su hijo no recuerda el accidente. -Mamá, ¿qué hago acá?… ¡no entiendo nada!- Hace un leve movimiento y siente un dolor agudo en la espalda. Trata de mirar a su alrededor y se percata de estar en una clínica. Elena continúa jugando tiernamente con el cabello de su hijo mientras trata de controlar su llanto. -No digas nada ahora, mi vida. Trata de descansar un poco más. Vas a estar bien-.

Cinco días atrás Marcelo estaba escuchando la ovación de la hinchada que lo aclama con pasión desde las tribunas del estadio.  El unísono sonido de su apelativo gritado por las miles de personas que van a verlo lo llenan de una fuerza interior única y especial. Faltan sólo dos minutos para que el árbitro declare el final del partido de futbol que esa tarde se disputa y el equipo de Marcelo, con él en el arco, va ganando tres goles a cero. Una victoria digna del mejor equipo del momento donde Marcelo tiene la gran responsabilidad de ser el arquero y esa tarde haber reconfirmado el respeto de sus hinchas al atajar de todo en su portería, incluso un penal. Marcelo “El Halcón” Cisneros, es el héroe de la tarde. Agita los brazos avivando la algarabía de las tribunas e incentivando la fuerza de ser locales y hacer respetar la casa; ser locales, haber ganado, evitar goles y campeonar.
El árbitro hace sonar por última vez su silbato, sus compañeros de equipo corren hacia él, el capitán lo carga en hombros y “El Halcón” flanquea sus alas para todos sus admiradores durante la vuelta al campo por la victoria lograda. Habían ganado el campeonato nacional y eso le daría mayores posibilidades de internacionalizarse por su extraordinario desempeño durante toda la temporada.

Más tarde, en los camerinos, todos celebran. Saltan, gritan, vitorean con toda la potencia de sus pulmones la inmensa alegría del momento. Marcelo no es ajeno al entusiasmo y también forma parte del alboroto que se arma mientras se duchan y alistan para irse del estadio. Todos hacen planes para ir por unos tragos más tarde y no descansar hasta que amanezca. Marcelo se dirige a su camerino, saca sus cosas, termina de alistarse y prepara su maletín. -Bueno muchachos-, les dice, -nos vemos más tarde entonces para celebrar como merecemos-.  Sus amigos se despiden de él con alegría y le piden que no demore. Saben que de no ser por “El Halcón”, esa tarde pudo terminar de otra manera. Marcelo se despide de todos y se dirige a la cochera del club hacia su auto deportivo BMW M6 comprado hace poco. Debe ir a su casa porque tiene por costumbre siempre ver a sus padres luego de los partidos que juega y pese a la victoria de su equipo esa tarde, no podía dejar su costumbre familiar de lado.
Marcelo maneja preocupado, a su padre no le ha ido muy bien los últimos años. Si bien mantienen un alto estatus social, sabe de su preocupación y de que necesita inversionistas para su empresa, de lo contrario la competencia terminará por superarlos. Su padre siempre le ha dicho que trabaje para él y lo ayude pero Marcelo se niega porque su pasión es el futbol y una vez terminada su carrera quiere dedicarse a entrenar arqueros, no imagina su vida fuera de las canchas.
Marcelo vive con sus padres en una enorme casa en el barrio más lujoso de Lima, sus vecinos son grandes empresarios de renombre, políticos importantes, abogados de reconocimiento internacional. Personas poderosas, pero él mantiene su humildad con los pies bien puestos sobre la tierra, finalmente es arquero y, literalmente, debe estar con los pies bien puestos sobre la tierra. Sus padres siempre han estado acostumbrados a una vida cómoda y “socialmente” respetable, siempre cuidando las apariencias. A su madre le encanta salir en toda fotografía de los eventos sociales a los que asiste porque “así la gente habla bien de mí” solía decir, “hay que cuidar las formas y las amistades”.
Mientras va manejando escucha en la radio los clásicos de The Beatles que son de su predilección. Gracias a su padre aprendió a conocer la banda de Liverpool y no escucha otra cosa sino sólo sus canciones. Va escuchando a todo volumen  Drive My Car mientras maneja por las pistas de la Costa Verde acelerando su potente auto. Es domingo y no hay muchos carros en las calles, tampoco en el circuito de playas, por lo que aprovecha en acelerar aun con prudencia sin percatarse que de uno de los restaurantes de la zona un auto Mercedes Benz negro aparece en media pista intempestivamente sin señales direccionales encendidas y sin, incluso, precaver tomar con cuidado la autopista, simplemente aparece en medio de la vía preferencial. Si Marcelo no reacciona no logrará evitar chocarlo. Como acto reflejo tira todo el timón hacia el lado izquierdo pero los 95 km por hora no aminoran y el auto se estrella ferozmente contra un muro de contención partido a la mitad que sirve de rampa para que el BMW salga despedido por los aires impactando de lado del conductor hacia abajo violentamente contra el pavimento de la autopista  que va en sentido contrario. Un taxista que venía en dirección contraria dirige toda su fuerza contra el pedal del freno, logra detener su vehículo pero resultó imposible evitar chocar contra el auto de Marcelo que lo hace patinar un poco más y por el impacto medio cuerpo del “Halcón” sale por la ventanilla. Está inconsciente.
Han pasado cinco días desde el accidente y Marcelo sigue intentando entender dónde está mientras está postrado en una camilla en la Sala de Cuidados Intermedios en una de las clínicas más prestigiosas de Lima. Su madre no cesa de llorar. Marcelo tiene un fuerte dolor de cabeza y espalda. De su mano derecha una vía hincada permanentemente en su vena permite el paso de analgésicos y demás medicinas necesarias para el momento. -El doctor dijo que apenas despiertes pasarías a tu cuarto mi amor, tendrás que estar en reposo algunos días más aquí. Tus amigos te han enviado cosas muy lindas, vas a ver…- Marcelo la interrumpe cortante. -Qué ha pasado mamá, no recuerdo nad… ¡verdad! Yo estaba manejando por la… cuando un auto negro… sí… un auto negro salió de pronto… ¿qué me pasó?-. Su madre empieza a contarle todo lo que había pasado esos cinco días. El accidente, los bomberos, el rescate de entre los fierros de su auto, su estado de inconsciencia, el estado en que llegó a la clínica, la operación. A medida que Elena relata lo sucedido Marcelo siente mayor dolor en la parte inferior de su cuerpo, ve que tiene el brazo derecho enyesado. -¿Dónde está mi padre?-, pregunta. -En el trabajo arreglando unos asuntos, mi vida-, le dice Elena y añade tomando aire:
-Hijito, debes saber que el auto negro que ocasionó este accidente es de propiedad de los Hilman, nuestros vecinos. Piero Hilman iba manejando y salía de la Rosa Náutica esa tarde al parecer con algunas copas de más porque había estado celebrando un nuevo contrato que acaba de cerrar con una firma importante. Tú sabes cómo son esos abogados, ¿no?, pretensiosos y cuidadores de su imagen.  Él sabe perfectamente que está metido en un lío en este momento y que su trayectoria puede verse seriamente afectada si lo que pasó llega a saberse. Su astucia leonina hasta el momento ha permitido que ni siquiera la prensa intervenga. Y precisamente en este momento está reunido con tu papá atendiendo algunos asuntos de lo sucedido. Por su puesto que Piero Hilman ha tenido que hacerse cargo de todo. No te preocupes que apenas solucionen ese tema tu padre vendrá de inmediato para verte-.
En efecto, Piero Hilman es un brillante abogado de fama internacional. Su nombre estuvo siempre relacionado a los casos legales más conocidos del Perú, casos donde estuvieron involucrados políticos y que el abogado Hilman siempre supo defender con inteligencia y astucia.
Cuando el Dr. Román Mendoza ingresó al ambiente donde estaba Marcelo, inmediatamente se acercó a él y Elena aprovechó en secar sus lágrimas con un pañuelo que llevaba a la mano. El Dr. Mendoza cogió la placa que colgaba de la camilla de Marcelo y tras observarla un momento y revisar unos apuntes, se acercó a él.  
-Hola Halcón, soy el Dr. Román Mendoza, médico cirujano de esta clínica. El domingo por la noche llegaste aquí en un estado bastante delicado. Policontuso. Con fracturas en el brazo, tórax y piernas con huesos expuestos incluso-. El Dr. Mendoza era directo al hablar pero lo hacía con esmerado paternalismo lo que hacía que la dureza de sus palabras sonaran con cierto tono de esperanza y tranquilidad. Marcelo lo escuchaba con atención pero aún mareado por el efecto de los medicamentos y el fuerte dolor de cabeza que aún sufría. -Tuviste un traumatismo encéfalocraneano muy severo que finalmente pudimos controlar y tuvimos que intervenirte quirúrgicamente de emergencia para poder salvarte. Gracias a Dios estás con vida Marcelo, ahora tienes que tener mucha fe, mucha fuerza de voluntad porque tu recuperación va a ser lenta pero estarás acompañado de los mejores profesionales del medio en temas de rehabilitación. Eso lo están coordinando tus padres y vas a estar en las mejores manos-.
-¿Recuperación lenta, doctor, rehabilitación?
-Así es Marcelo-, dijo el Dr. Mendoza y se quedó un momento en silencio mirando directamente a Elena. -Debo decirte que… debido al accidente… tuvimos que amputarte la pierna izquierda-.
Y se hizo un escalofriante silencio.
En ese preciso momento, en la sala de la lujosa casa los Hilman, el Dr. Piero Hilman gira un cheque por medio millón de dólares a favor de Andrés Cisneros Varillas, padre de “El Halcón” Cisneros. Andrés recibe el cheque y esboza media sonrisa pensando en su hijo y también en la inversión que su empresa necesita. 

Lima, octubre de 2013.

viernes, 13 de septiembre de 2013

BRINDIS Y COMPAÑIA

Cuando a Cesar le dijeron que estaba contratado, se alegró. No era el trabajo que añoraba pero por lo menos sabía que ganaría sus primeras monedas; su primer dinero fruto de su esfuerzo. Aspiraba, por supuesto, a algo mejor pero era consciente de que de alguna manera tenía que empezar. Era joven, muy joven, y podía aprovechar, pues, una alternativa de trabajo ligera con un sueldo no muy justo pero finalmente dinero propio y eso siempre es bien recibido. Por otro lado, mayores responsabilidades no tiene. Vive con sus padres, es el menor de cuatro hermanos quienes ya formaron sus propias familias, tiene una enamorada joven como él y es ese quizá el impulso que lo llevó a decir “acepto” cuando le propusieron el trabajo.  Sentía cierto poder al reconocer que tendría su propio dinero a fin de mes con la facultad  de poder hacer con él lo que quisiera.

Vender enciclopedias de puerta en puerta es un trabajo digno, piensa Cesar. Pese a la cantidad de información que hoy en día se puede sacar de internet igual siempre es saludable tener una enciclopedia en casa, continúa pensando. Por eso me convertiré en el vendedor más exitoso y éste será el inicio de una gran carrera como vendedor. Su enamorada estaba orgullosa de él. Sus padres querían algo mejor para su hijo pero dadas las comodidades de la familia, le permitieron aceptar el trabajo por un tema de forjarse disciplina más que de experiencia laboral. El primer día Cesar salió de casa cargando cuatro pesadas enciclopedias. Consultó su ruta en el plano que le encomendaron e inició su recorrido.

En la primera casa no le abrieron, algo similar pasó en las cinco casas siguientes. En el sexto intento fue atendido por un señor anciano quien inmediatamente se interesó por la enciclopedia. Cesar se animó mucho lo que le permitió ofrecer su producto con destreza. El anciano, evidentemente desconocedor de la gratuidad del internet, le compró una y Cesar ganó dinero y confianza.

La mañana fue así, vendió solamente una de las cuatro enciclopedias que llevó consigo. Tocó el timbre de aproximadamente dieciocho casas y el mapa le mostraba veinte. Ya estaba cansado, tenía hambre, tenía sed. Los libros que llevaba a cuestas pesaban pero con esfuerzo llegó a la penúltima casa del día, la entrada carecía de timbre por lo que tuvo que tocar la puerta.

Desde adentro escuchaba el sonido de un televisor encendido por lo que insistió. Pasó cerca de cuatro minutos esperando cuando decidió retirarse pero en ese preciso instante escuchó la voz de una mujer desde dentro de la casa que pedía la esperasen un momento, que pronto iría a abrir. - ¿Señora? -, dijo Cesar.  – Buenos días, estamos ofreciendo unas excelentes enciclopedias a precio bastante económico, sólo me quedan tres y… -. La puerta se abrió y bajo el umbral apareció una mujer madura, de unos cuarenta años aproximadamente. Prácticamente le doblaba la edad al vendedor de enciclopedias que tenía delante de sí. La mujer llevaba puesta una toalla de baño atada al cuerpo. Su cabello estaba mojado y andaba descalza. Cesar se quedó petrificado ante la belleza femenina que admiraba sin poder culminar su argumento de venta tan solo apreciando cada gota de agua que bajaba desde los cabellos hasta perderse entre la toalla y la piel de la dueña de casa.

Ella sin rubor alguno le ofreció una sonrisa cómplice de una coquetería particular y él continuó sin saber qué hacer. - ¿Enciclopedias? -, le preguntó risueña y el afirmó sin hablar. – Pasa por favor, permíteme que me ponga algo de ropa y te atiendo, se te ve cansado -. “Algo de ropa” pensó él, “o sea, no se va a vestir completamente”. No sabía si esto último lo había dicho o pensado pero tampoco pudo darse cuenta porque ya estaba caminando dentro de la casa.

Era evidente que ella vivía sola. La decoración de la casa era sencilla. De la puerta principal de inmediato se llegaba al ambiente de la sala colindante con un modesto comedor. Más adentro se divisaba un jardín con flores y un pasadizo que daba a otros ambientes de la casa. Las mesa de centro carecía de adornos, tan solo flores en diversas macetas decoraban cada rincón. Algunos cuadros dispersos en las paredes terminaban con la exposición de la personalidad intrigante de la mujer que ahí vivía. Se percató que no existía por ningún lado una solo foto que pudiera describirle quién o cómo era su anfitriona. Dejó las enciclopedias en el suelo y se acomodó en un sillón de la sala.

Ella estaba en su cuarto terminando de cambiarse, se acercó al velador y cogió su maquillaje, con mucha rapidez pintó sus labios de un rojo suave que le dio una apariencia ciertamente seductora y con unas sombras terminó de decorar su fino rostro frente al espejo. – ¿Hace cuánto tiempo vendes enciclopedias? -, le preguntó desde su cuarto. – Hoy es mi primer día -, respondió él desde la sala, - Hasta el momento he vendido solo una a un viejo de por acá cerca pero… -, más no pudo decir porque sólo atinó a ver casi en cámara lenta como ella se acercaba para hacerle compañía.

- Soy Marisela-, dijo ella.
- Yo soy César.
- Hola César, ¿sabes por qué te he hecho pasar a mi casa?
- No, no tengo idea, acaso para comprarme una enciclo…
- No tonto, no hay manera. Yo sé mucho de la vida y todo lo que sé no lo he aprendido de ninguna enciclopedia. Yo soy una mujer sola y lo que busco es compañía. La soledad no es muy amiga mía en realidad y bueno, verte en la puerta de mi casa y que me veas prácticamente salida de la ducha me parece una señal -.

Cesar no entendía qué pasaba pero empezaba a gustarle lo que estaba sucediendo.

- Bueno, en realidad me puedo quedar a acompañarte el tiempo que quieras.
- ¿En serio?
- Por supuesto, por gusto no me has invitado a pasar, ¿verdad?
- Veo que eres astuto, niño. ¿Quieres tomar algo?
- Dame un poco de agua nada más, tengo mucho calor. He caminado cargando estas rocas todo el día y…
- ¿Agua?, y yo que pensé que la tarde se estaba poniendo divertida, Cesitar.

Marisela se dirigió a una vitrina de donde sacó una botella de vino.

- ¿Qué tal si mejor nos tomamos un vino?
- Bueno, tú eres la dueña de casa, bienvenido el vino.

En toda su vida Marisela se había vuelto una amante del buen vino, sin embargo Cesar lo había tomado en escasas ocasiones pero la tarde que estaba viviendo no le dejaba negar la oferta.

Cuando empezaron a beber la segunda botella de vino Cesar ya tenía las mejillas enrojecidas producto de las varias copas que había brindado. Ella, sin embargo, dominaba su equilibrio con mucha sabiduría. Cesar no dejaba de sonreír casi sin motivo y Marisela le acariciaba la nuca con un cariño especial. Ambos se miraron de pronto. Ya no se decían nada, sólo dejaban que sus miradas se hablasen entre sí. César se acercó al cuello de Marisela y ella le dio una nueva bienvenida con un beso en los labios que vino seguido por un impulso rotundo por parte de él. Poco a poco se recostaron en el sofá. Él estaba encima de ella. Mareado pero sin reparo desabotonó los botones de su blusa, ella dejaba que el destino hiciera su trabajo y también coincidió en desvestirlo. Ambos completamente desnudos y acariciándose entre sí hicieron el amor apasionadamente en el sofá. Él con la impericia de sus veinte años y ella deseando más pasión por la experiencia de sus cuarenta. Eran uno solo enmarañados entre sí. Ambos se abrazaban como si se tratara de una despedida para siempre. Como si el uno al otro lo estuviera protegiendo. El sudor de sus cuerpos olía al vino antes compartido. Los jadeos se mezclaban en el ambiente y la intensidad del momento llegó al extremo máximo de complementar ambos sexos en una figura anatómica uniforme. Pasado el clímax del momento Marisela comenzó a llorar mientras César se disculpaba aparentemente reaccionando por lo que había pasado y recordando a Laura, su enamorada. Ella inmediatamente se vistió mientras le increpaba quién era él y por qué que había hecho lo que había hecho. –No me culpes a mí… estás loca, tú me has metido a tu casa -, respondía él mientras buscaba su camisa y su pantalón.  – ¿Por qué lloras? -, le preguntó, pero ella no respondía, su llanto la ahogaba. – Hace tiempo que no sentía algo como ahora -, llegó a responder.  Cesar estaba asustado. No entendía lo que había pasado; o quizá lo entendía perfectamente pero no comprendía porqué había sucedido. Tenía en su mente la imagen de su enamorada. La imagen de esa mañana cuando salió de casa y fue a buscarla para pedirle que le desee suerte en su primera jornada. Laura le había dicho que no necesitaba suerte porque estaba seguro de su éxito. – Lo vas a hacer perfectamente bien mi amor, vas a ver, estoy muy orgullosa de ti -, le había dicho y él salió con la confianza a tope en su mejor día y ahora estaba vistiéndose luego de brindar con vino y hacer el amor como nunca antes con una mujer desconocida veinte año mayor que él.

-Es mejor que te vayas-, le dijo Marisela. - Déjame con mi soledad, ésta soledad que siempre me acompaña. Esta soledad maldita que no tiene cuando acabar y que me convierte en una criatura débil y presumida. No sabes lo que esto significa. Vivir de esta manera. Pretender que todo el mundo me vea como una mujer fuerte y sin embargo ser tan débil y fracasada como soy. Mi soledad es mi maldición, niñito, lo que ha pasado esta tarde no tiene ningún valor emocional para mí -.

Cesar miró a los ojos a Marisela con cólera y pena, - De acuerdo, “señora”, me voy. Es probable que nunca me olvide de esto pero haré un esfuerzo porque así sea. Yo amo a Laura, mi enamorada, quiero casarme con ella y he empezado a trabajar justamente para que ella vea que me esfuerzo por nuestro futuro y no quiero que eso se malogre ahora -. Cogió sus enciclopedias y fue hacia la puerta. Se dirigió nuevamente a ella y le dijo: - No debí entrar, estás loca mujer, tan grandota y con estas cojudeces de niña y llantos cojudos, yo sé lo que tú eres, eres cualquier cosa, a cuántas personas le harás lo mismo en ese mismo sofá, cuántos vinos te tomarás al día y con quién brindarás, es por eso que estás sola, es por eso que no tienes compañía -. Y se fue. Al salir de casa escuchó desde adentro el sonido de una botella estrellarse contra la pared.

Tres meses después, Cesar no puede dejar de pensar en lo que quiere olvidar pero no ha vuelto a pasar por esa casa. Sabe que tendrá en mente un recuerdo eterno de esa experiencia.
Ya no vende enciclopedias, ahora trabaja en un restaurante de comida rápida y le va mejor. Ha sido premiado como el empleado del mes y un pequeño cuadro con su foto y su nombre cuelga de la pared del restaurante a lado de otros cuadros de compañeros premiados meses antes. Laura está aún más orgullosa de él por esos pequeños logros de ahora. Él le ha prometido estar juntos siempre y esforzarse cada vez más porque la ama. Siempre le promete fidelidad sintiéndose culpable por el secreto que se llevará a la tumba. Sin embargo, piensa en Laura y sonríe mientras sigue atendiendo a los clientes que visitan el restaurante. No se percata que en la cola de personas que esperan ser atendidas Marisela lo mira con atención y disimula su presencia con un nuevo peinado y lentes oscuros. Cuando llega al mostrador Cesar la saluda con una sonrisa, ella se saca los lentes oscuros y deja ver su identidad. El corazón de Cesar se quiere salir de su pecho y no domina su nerviosismo. Marisela abre su cartera y saca un sobre de plástico transparente que contiene un objeto y una fotografía y se lo entrega. 

-Ya no estoy sola, niño -, le dice. – ahora los tres estaremos juntos -.

Dentro del sobre hay una prueba de embarazo positiva y el resultado de una ecografía recientemente practicada.


Lima, setiembre de 2013. 

viernes, 9 de agosto de 2013

UN DIA CUALQUIERA

Hernando siempre es puntual y hoy no fue la excepción. Llegó temprano a su trabajo. A pesar de ser  su día libre ha ido a trabajar. Es decir, aprovecha su día libre para buscar un trabajo que le permita ganar un poquito más de lo que gana en su chamba regular.
Dos colegas lo saludan al verlo llegar, al igual que él ellos hacen lo mismo en su tiempo libre. El reloj marca las ocho y media de la mañana, Hernando termina de alistarse. Revisa las balas en su pistola, acomoda su chaleco antibalas, coge su sombrero y se persigna frente a la imagen de Jesús que guarda dentro de él y se posiciona frente a la agencia bancaria que ese día le asignaron resguardar. En moto pasa un compañero que le pregunta algunos datos de rigor y la mañana comienza tranquila como siempre. El banco abre las puertas al público, llegan los primeros clientes y él saluda dándoles la bienvenida.
Hernando ríe recordando que será papá nuevamente. Tiene un hijo de dieciséis años, Genaro, que está a punto de acabar el colegio. No es el mejor alumno pero por lo menos sale adelante en los estudios. Le preocupa un poco que su hijo mayor no tenga sus propias aspiraciones como él las tuvo.  Yo a tu edad ya sabía que iba a ser policía, le decía siempre, pero Genaro cambiaba siempre el tema de conversación hablando de futbol o de otras cosas. La menor, Raquelita, era una niña linda de tres años que, siempre engreída por Hernando, era la princesa de la casa. Esa mañana Hernando y María, su esposa, discutieron por el tema del dinero que no alcanza. Y es que María tiene cuatro meses de embarazo y están preocupados. Cuando discuten por eso Genaro prefiere apartarse y Raquelita simplemente sonríe pensando en la llegada del nuevo hermanito.

Hernando recuerda la discusión y sonríe nuevamente recordando que será papá por tercera vez. Eso lo ayuda a reconocer su sacrificio de trabajar en sus días de franco e hincha el pecho cuando una pareja de esposos entran al banco y él saluda con afecto.
Raquelita tiene un problema en la pierna izquierda, un accidente hace un año le había dejado un traumatismo en la rodilla y por eso caminaba con dificultad. María la llevaba al nido cargada porque la niña se cansaba pronto y ya con el embarazo a la mitad le era más complicado.
Genaro llegaba del colegio, almorzaba y con las mismas salía a jugar. Llevaba siempre una pelota bajo el brazo y una bolsa blanca. ¿Qué llevas en esa bolsa?, le pregunta María. -Un pan con mantequilla, mamá, para comerlo cuando termine de jugar, tú sabes que el ejercicio me da hambre-, respondía él y salía de casa. María sonreía.
Hernando mira su celular, ha recibido un mensaje de María: “No olvides que tienes que pagar la luz, ya se acumularon dos meses y nos van a cortar”. Sonríe e inventa un chiste: No importa que nos corten la luz porque de pronto tú vas a “alumbrar”. Se ríe él solo porque sabe que nadie se reiría con ese tonto chiste.

-¿Y, Jiménez, ya cuando pones pañales de nuevo?-, le pregunta el colega del banco de al lado. Faltan cinco meses más o menos, dice Hernando. –Nos tomaremos unas chelas pues mi hermano.- Claro que sí Ramírez, de todas maneras. 
 Y así transcurre el día. Hernando trabajando, María cuidando a Raquelita. Genaro cuidándose solo jugando partido con sus amigos y todos esperando la llegada del nuevo miembro de la casa que aún no tiene nombre decidido.
Esa misma tarde, luego de almorzar, Hernando llama a María. –Chola-.  Le dice. –No te preocupes, mañana antes de regresar  a la casa pago la luz y asunto arreglado… ya… sí mi vida… sí cholita claro que sí… está bien… ¿cómo están los chicos?... cuando regrese Genarito dile que vaya a comprar el pan pues… ya cholita… chau-.
No había terminado de guardar su celular cuando oyó el golpe de una puerta cerrarse con fuerza y vidrios romperse. Como reacción instantánea Hernando llevó su mano al cinto donde lleva su pistola. Sabe que no puede moverse de su ubicación porque en ese momento no es policía en servicio sino agente resguardando la agencia bancaria asignada. Del banco de a lado ve a su colega con su pistola en mando gritando. Todo es un alboroto que llegó de un momento a otro dejando la calma de la tarde en el olvido.
-¡Puta madre, es un robo carajo, esos dos conchasumadres que han salido han robado el banco!, gritó el policía de al lado. En ese preciso momento un tercer ladrón empuja con toda su fuerza al policía para salir y los dos tropiezan cayendo sobre los vidrios rotos de la puerta esparcidos en el piso. Hernando ve toda la escena como si pasara en cámara lenta. El ladrón en el piso lleva un pasamontañas puesto, sólo se le ven los ojos y la boca. Lleva una gorra amarilla que concluye su disfraz de ladrón. El policía en el piso desenfunda su pistola, tiene las manos cortadas por el vidrio lo que le impide acomodarse, segundos que el ladrón aprovecha y de inmediato se levanta, mete la mano al bolsillo de su pantalón, saca una bolsa blanca y apurado descubre su contenido. Es una pistola con la que de pronto apunta al policía. Hernando también recurre a su arma y sin pensar dos veces dispara a la pierna del ladrón. Éste cae dejando escapar un tiro que golpea contra la pared del banco dejando un hoyo humeante. Hernando corre donde el ladrón quien está tirado en el piso gritando por el calcinante dolor que tiene en la pierna;  guarda su pistola e intrépidamente desarma al ladrón.  -¡Te tengo, mierda, ahora sí te cagaste, basura!-. Le descubre el rostro quitándole el pasamontañas y la gorra y ve a Genaro con una expresión de mucho dolor en el rostro y lágrimas que recorren su mejilla.  Hernando no sabe lo que está mirando. Sólo ve a su hijo sufriendo y en ese momento, toda su vida, y la de su hijo, pasan velozmente por su mente en imágenes que hacen sangrar los recuerdos de vivencias que están terminando en ese preciso momento en que Hernando descubre una realidad tan cercana a él por su profesión pero tan lejana de que ocurra como ese día ocurrió.
En la vereda del frente se han agrupado muchas personas para ver la escena, entre el tumulto y las ganas de no perderse ningún detalle se oyen muchas conclusiones: “ya no hay policías así, qué valiente Dios mío, ha arriesgado su vida, ese disparo le pudo caer a él”
Hernando levanta la mirada asustado y asombrado. Tiene cogido fuertemente del brazo a Genaro y su pierna apoyada en su estómago para inmovilizarlo. No sabe qué hacer. Todos los sonidos del rededor son una bulla escandalosa que no le permiten tomar alguna decisión.
Mira nuevamente el rostro de su hijo. Ambos se miran. Hernando dirige su mirada al cielo y empieza a llorar. Nadie nota su llanto, nadie sabe qué pasa realmente, solo observan la valentía de un policía. Hernando trata de buscar una explicación clara en las personas que desde al frente lo observan. Se los queda mirando un momento y se confunde más cuando comienza a escuchar que todos empiezan a aplaudir.


Lima, agosto 2013